Acayucan, Ver. – El día de hoy, el ayuntaminto de Acayucan que preside, Rosalba Rodríguez Rodríguez y la dirección de Cultura de Acayucan, encabezada por Wilka Aché Teruí, dará a conocer públicamente la imagen oficial de la danza de Arrieros y Morenos, originaria de Acayucan, rumbo a la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial, precisamente en el 113 aniversario de elevación de Acayucan a ciudad.
Es un hecho histórico, lo que hoy ocurrirá en la calle Ignacio Comonfort calle Manuel de la Peña en el popular barrio Cruz Verde de esta ciudad de Acayucan a partir de las 6:30 p. m.
Acayucan, danza Arrieros y Morenos, identidad que nos une.
A continuación, un texto escrito por el historiador acayuqueño, Reginaldo Canseco para la revista CMG.
En las primeras décadas del Siglo XX, en esta tradición pintoresca únicamente participaban dos barrios: El Zapotal y San Diego, cada uno con su respectivo grupo. Los “coimes” de estos dos grupos de Arrieros y Morenos (así se les nombraba a los financiadores y organizadores de la danza) empezaban el anuncio de la proximidad de la feria y de la danza misma, solicitando implícitamente la colaboración del pueblo desde el primer día de octubre. A través de los decenios otros coimes iniciaban este pregón entre el día 1, el 4 6 el primer domingo del mes. Para ello acudían hasta la planta alta o al pie de cualquiera de las dos torres de la iglesia (hoy desaparecida) o bien al frente de la fachada del templo. Allí, entre la 1 y las 4 de la madrugada, según la costumbre del coime, atronaban el tambor (es decir, hacerlo sonar fuertemente) por primera vez en el año. ¡La feria y el Baile de los Arrieros y Morenos estaban por llegar!
También tocaban inmediatamente el ante el palacio municipal y junto al mercado. El coime, desde luego, todavía no andaba acompañado de sus danzantes, sólo con algunos amigos. A partir de entonces, desde más de un mes antes del arribo de la festividad patronal, se percibía ya en el aire del pueblo un ambiente de feria.
Enfrentamiento con tambores
En esa madrugada, los dos coimes se topaban para retarse mutuamente en el centro, con el fin de calar su tambor contra el otro, para saber quién lo tocaba mejor, más fuerte y sonoro. Muchas veces resultaban trifulcas por esto. El séquito de un coime no concordaba con el del otro y mejor se daban de trancazos o se rompían los tambores. Tenían que acudir los policías con sus pistolas y echar balas al aire para desapartarlos. Previendo lo anterior tenían hecho un tambor de emergencia.
Tras este primer tañido del tambor de los Arrieros y Morenos, los coimes tocaban todos los días desde las 6 de la tarde en su domicilio. Con este llamado cada uno reclutaba a los futuros danzantes, la mayoría pertenecientes al grupo desde años atrás que allí preparaban sus vestuarios y enseres. En tanto, los coimes volvían a retarse de un barrio al otro con un toque especial para calar sus tambores: Se iban acercando mientras tocaban hasta tenerse frente a frente en algún crucero, en el parque o por el mercado. Además, cada domingo de octubre tocaban en las esquinas de las calles y, para variar, nuevamente se retaban. Este anuncio de la feria terminaba la víspera.
El vestuario
El Arriero de la danza se ataviaba (adornaba) con máscara de madera como el jonote o el papachote, de chicale o de cuero curtido que representaba rostro de hombre; con un sombrero de ala gacha sin adornos, un capote o manga de hule, un par de polainas de cuero, un pedazo de soga (o en su defecto una tira de cuero crudío, o una fracción de bejuco) y un palo corto sin otros adornos.
El Moreno se vestía de mujer, poniéndose un vestido nuevo y limpio que compraba, pedía prestado o se lo proporcionaba su novia. Su máscara era de trapo de varios colores combinados por medio de costuras y sobre ella se pintaba los rasgos femeninos. El tocado que llevaba era un sombrero arriscado cubierto graciosamente con papel de china de variados y vivos colores, con un espejito circular en la parte frontal. Del tocado le colgaban listones de brillantes tonos en coqueta cascada; cargaba en la mano un palo aderezado con algunas cintas que, como en el caso de los arrieros, podía ser de frutilla, limón, naranjo o de pata de vaca. Además, se colocaba imitaciones de pechos femeninos y medias aseguradas por medio de ligas anchas. Calzaba zapatos de mujer, zapatos tenis o en su defecto, huaraches.
El Caballito y El Torito
El Caballito, representaba el cuerpo vacío del animal, sin patas, abierto en el lomo y en la barriga, con armazón de otate verde, satín, tusor, charmés y tela “de espejo”, listones coloridos, espejuelos y cascabeles. Lo traía un moreno metiéndose en él. El Caballito era el que iba ofreciendo el baile a cambio de una cooperación monetaria fija. El Torito estaba hecho con otate verde, costales, cuero, manta, cuernos, cola de cuerda de ixtle y pintura, a semejanza del animal pero vacío, sin patas y abierto en el lomo y en la barriga. El tambor era fabricado regularmente con el brazo de un cedro, al cual se ahuecaba, se le dejaba tres patitas y se le tensaba una piel de venado.
La festividad en su apogeo
En las albas a San Martín Obispo, el santo patrono, que se llevaban a cabo a las 4 o 5 de la mañana desde tres días antes para terminar el 11 de noviembre, en ocasiones participaba el coime de los Arrieros y Morenos, acompañado de su tambor y a veces de algunos danzantes, aunque ahí no bailaban. El 11 de noviembre se verificaba la primera danza de los Arrieros y Morenos de El Zapotal, en el atrio de la iglesia de San Martín Obispo, la única entonces, a la salida de la misa en su honor, que empezaba a las 11 de la mañana y terminaba a medio día, en medio de los estampidos de los cohetes de varilla. El grupo de Arrieros y Morenos del mencionado eran los “Arrieros Inditos”, “Sin Razón” ó de “San Martín”, que algunos informantes mencionan llanamente como los Arrieros Indios.
Era, por tanto, el único grupo que aparecía en esa fecha. Después de ofrecer su primer baile al santo patrono, el grupo daba el segundo ante el palacio municipal, luego de lo cual se volcaba en las calles del pueblo. Más tarde, visitaban al mayordomo de San Martín Obispo.
El 13 le tocaba salir a los Arrieros y Morenos del barrio San Diego, los “de Razón” ó los “del santo San Diego”. Don Fernando Domínguez Arias, que fue coime de los Arrieros del barrio La Palma en la década de 1950, asegura que “los Arrieros del barrio San Diego eran los arrieros mulatos, la gente de categoría”. Esta afirmación va de acuerdo a lo que contaban hasta hace poco los descendientes de indígenas, quienes heredaron la convicción de que los mulatos eran gente de razón. El primer baile de este grupo era dedicado a San Diego a la 1 de la tarde, a la salida de la misa en honor de San Diego.
Enseguida iban a bailar ante el palacio municipal e inmediatamente se internaban por las calles. Era el único día en que estos Arrieros y Morenos se exhibían.
Un mes después
El 12 de diciembre, en la celebración de la Virgen de Guadalupe, volvía la danza con los Arrieritos y Morenitos.
Esta era la última aparición de la danza; para volverla a ver había que esperar la próxima fiesta titular. En cuanto a la danza, el toque del tambor llamaba a los integrantes para ello. Seguía un doble toque para iniciar, bailaban en ruedo, al compás del tambor indígena, que tocaba el coime a un lado de los danzantes; éste sin emperifollarse, vestido normalmente. Bailaban en número variable de parejas, arriero con moreno, o cuando había más morenos que arrieros también podían bailar moreno con moreno, que no eran pocas veces. Entrechocaban los palos, como espadando. Después (a un cambio de los latidos del tambor, tocado con dos palillos torneados llamados “vaquetas”, llamadas así porque se hacían principalmente de la planta pata de vaca) daban unos pasos hacia atrás bajando los palos y medio inclinándose al tiempo que gritaban; luego continuaban entrechocando los palos hasta que, a otra señal del tambor, aparecía el Torito que andaba por ahí o lo iba a traer el Caballito. Entonces dejaban de espadar y quedaban como a la expectativa.
El Torito era un animal salvaje y arremetía contra todos. Levantaba el polvo del suelo con sus filosas astas y sus “pezuñas”. Pretendía herir a cornadas. Sus compañeros de baile, esquivando sus embestidas, lo martirizaban a reatazos y el Caballito, que cintilaba con sus incontables espejuelos y vivos colores, se le abalanzaba y le daba una estocada entre el armazón y el moreno que lo cargaba, desplomándose muerto. Todos aclamaban al vencedor. Los arrieros y morenos recorrían en grupo las calles de un barrio al otro.
Entonces únicamente había barrios, las primeras colonias urbanas nacerían en la segunda mitad de los años 70’s de ese siglo XX.
¡Ahí vienen los Arrieros!
En esos primeros decenios aludidos, los arrieros no golpeaban con sus cuerdas a los espectadores ni tampoco éstos les proferían “improperios”. Los arrieros y el Torito correteaban a los curiosos, que sólo les gritaban “¡Ese Torito, ese arriero! El primero nada más azotaba con el mecate y el segundo hacía la finta de embestirlos inclinando los cuernos hacia el suelo.
Pero con el paso de las décadas, esta danza tuvo cambios, algunos sutiles y otros francamente marcados. Por ello, la tradición no parece coincidir en ciertos aspectos o cada informante cuenta sólo lo que vio y recuerda. A principios de los años 20’s, el 10 y el 11 de noviembre salían los Arrieros y Morenos del barrio El Zapotal; el 12 y el 13, el grupo del barrio San Diego; y el 12 de diciembre, el grupo de Arrieritos y Morenitos, mismo que desapareció en esa década.
La edad de plata
Entre la segunda y la tercera década, la danza era mencionada como Danza de los Morenos, porque estos la integraban en su gran mayoría. Todavía en los 40’s algunos grupos se componían con más morenos que arrieros, por lo que en los 70’s aún se les nombraba indistintamente Los Morenos 6 Los Arrieros. Hacia los 30’s aparecieron otros grupos representativos de los barrios restantes hasta participar en la tradición los siete barrios: Villalta, La Palma, San Diego, Cruz Verde, Barrionuevo, El Tamarindo y El Zapotal. Los primeros nuevos grupos que se agregaron salían el 13, el mismo día que le tocaba a los de San Diego; pero después, al engrosar el número de los grupos participantes, muchos se consideraron también Arrieros de San Martín y aparecían asimismo el 11. Por esos años los arrieros y morenos, posteriormente de lucirse el 11 y el 13 de noviembre, decidieron seguir recreando al pueblo con su actuación cada domingo hasta el 12 de diciembre, lo que se acostumbraba todavía a mediados de los 90’s.
En 80’s, los coimes de los pocos grupos que había, entre habituales y eventuales, cumplían con anunciar la feria y la danza desde principios de octubre. Y los arrieros y el Torito perseguían sin demora a los espectadores, el arriero listo con la cuerda para castigarlos y el Torito casi los embestía. Los chamacos, las muchachas, y todos huían entre despavoridos y divertidos. Lo precedente persistió hasta los 90’s.
A grandes rasgos esta es la historia del Baile de los Arrieros y Morenos, en la vida de Acayucan.